Hacía tiempo que no sufría un poyake, hasta hoy sábado, que he quedado con mi amigo Antonio Pi para colgarle un par de baldas en el salón, poca cosa, como dijo él.
En realidad, la chapuza consistía en un par de agujeros en la pared por balda, es decir, cuatro en total, eso sí, a nivel y midiendo bien las distancias, no sea que luego quede mal y todo el mundo sepa que fui yo el que perpetró semejante chapuza.
Allí me presento, con mi taladro/berbiquí (me gusta más llamarlo berbiquí, me recuerda a la carpintería de mi padre), varias brocas, el nivel, el metro, un lápiz, varios destornilladores y las gafas protectoras de estos ojos améndoa que tiene uno, lo que viene a ser un kit básico para el trabajo requerido.
No había transcurrido un minuto desde que traspasé la puerta de mi amigo Pi, cuando éste me confesó que en realidad tenía otro trabajo para mí, tarea que me había ocultado el par de veces que habíamos hablado por teléfono: tenía que colgarle un espejo en el dormitorio.
Quiero aclarar que el espejo iba a la pared, no al techo, que siempre los hay que piensan muy rápido. Un espejo de cuerpo entero sobre un tablero de aglomerado de 19 mm, con un peso más que respetable. Este era el Poyake (como el McGuffin de las pelis de Hitchcock): "Kike, po-ya-ke estás aquí, tengo otro trabajito para ti".
En fin, que lo que iba a ser un trabajo de unos diez minutos se convirtió en casi una reforma de más de una hora, porque, entre otras cosas, yo no llevaba tornillos ni alcayatas y cuando Pi abrió su caja de herramientas, la imagen fue aterradora: una llave de tubo (?), un par de tornillos raros, una bolsita de chinchetas de colores, otra cajita con más chinchetas de colores y, eso sí, una señora cinta métrica de ¡5 metros!.
Así que tuvimos que ir a la Ferretería El Candado a gastarnos 15 céntimos es 6 tornillos de madera para poner los soportes del espejo.
Después de una hora, la reforma quedó bien, al gusto del cliente y, como suele pasar cuando el chapuzas termina la obra, terminamos tomándonos una cervecita cruzcampo en la cocina, porque de cobrar el desplazamiento o los materiales mejor no hablamos.