lunes, 31 de agosto de 2009

Síndrome postvacacional

Estaba en casita agotando los últimos minutos con el aire acondicionado antes de salir al infierno que es Badajoz a las cuatro de la tarde, cuando aparece en pantalla una psicóloga explicando los síntomas del síndrome postvacacional y cómo combatirlo. Es decir, lo de todos los años por estas fechas: que si llegas al trabajo con mala cara, que si te irritas con facilidad, que si bla, bla, bla,...

Pues yo no me he dado cuenta de si he tenido ese síndrome o no, lo que sí he notado que esta noche pasada no he podido pegar ojo. ¡Qué horror! No se movía ni una brizna de aire, nada de nada. Por un momento pensé en acompañar a Yako en el suelo, directamente, sin saco ni aislante.

¡Qué mal se pasa cuando no puedes dormir! Así que hoy, desde el jefe hasta el último mono, todos tenemos una carita y una soñera que ríete de Bill Murray y de Scarlett en Tokyo.

Por cierto, este viernes estrenan una película de la Johansson (también sale el gran Ben Affleck, que hace de Ben Affleck) y mi hemana Geli ya me ha preguntado si sabía si en esta película Scarlett tenía trabajo, porque hay una leyenda que dice que siempre hace papeles de gente ociosa como en Lost in Translation, en Match Point, en Vicky Cristina Barcelona, en The Prestige,..., pero es falso, hermana mía, en La joven de la perla, en Ghost World, en Scoop, en The Nanny Diaries,..., sí trabaja, tampoco para deslomarse, pero tiene trabajo. Ya veremos qué hace en "Qué le pasa a los hombres".


lunes, 24 de agosto de 2009

El Camino (III): Personajes

Me fui solo al Camino, finalmente los que podían haberme acompañado, por diversos motivos, se echaron atrás (la última, Isa).

Alguien comentó que si eres extrovertido no te sentirás solo en el Camino. Yo me sentí solo el primer día, pero era una soledad buscada, no pasa nada por querer romper con la rutina diaria y pasar tiempo solo, no por eso eres un bicho raro.

Pero pronto conocí a los cuatro valencianos (Ana, Eva, Borja y Sebas) con los que realicé el recorrido hasta Sarria y de los que me despedí en Portomarín. Fue una suerte, porque me parecieron muy buena gente y siempre estuvieron muy pendientes de mi. Hubo muy buen rollo entre los cinco y es una de las mejores cosas que me he traído del Camino.

Aunque parezca increíble, me hice entender algo con Sophie. Ella, ni papa de español. Yo, limitadísimo con el inglés hablado. El resultado, esfuerzo por ambas partes para entender lo que el otro le quería contar.

Todo lo contrario que la irlandesa Tracy, que acumulaba muchos más kilómetros que nosotros y que parecía fresca como si acabase de empezar el recorrido. Tracy se expresaba muy bien en castellano.

¿Y qué decir del coreano que se recorría 60 kilómetros al día corriendo? Tipos raros estos orientales. La cantidad de fotos que nos hizo mientras nos tomábamos unas cervecitas sentados en el suelo las horas previas al incidente con el segurata.

¿Y el valenciano pesado? Si los otros cuatro eran gente agradable y simpática, apareció otro de la Comunitat Valenciana pesadísimo, cuyo único tema era la política: que si la Rita Barberá, que si los trajes del Camps, que si patatín, que si patatán. Como buen pesado de la política, tenía que ser de izquierdas, como la mayoría que se creen todavía las mentiras de su líder, al que escuchan con devoción subidos al guindo.

En fin, hubo un momento que al escuchar la palabra extremeño se me acercó y se sentó a mi izquierda. Yo vi como Sebas se apartó y me dejó solo ante el peligro. Por momentos pensé ¿qué he hecho yo para merecer esto? o ¿por qué mis padres me dieron esta educación que me impide ser grosero ante semejante pesao? Que si Valencia necesita un Ibarra, que si él se ha leído la biografía de Ibarra,..., debería haberle dicho: mira, chaval, que soy peregrino, pero no quiero ganarme la Compostela por aguantarte a ti y tus tonterías. Así que me levanté y me fui alejando poquito a poco, gracias también al capote que me echó Eva, momento que aproveché para huir y buscar a la hospitalera.

Otro personaje peculiar, el italiano que se sentó en nuestra mesa en Sarria mientras disfrutábamos de nuestra pinta de Estrella Galicia. Era una mezcla entre mi tío Antonio y Giovanni Ranna, el de la pasta fresca. Nos contó que era su segundo Camino completo, el primero en solitario y entendía de todo: del buen vino español al buen vino toscano, del mejor jamón ibérico del mundo (el extremeño) a la mejor paella (la valenciana), de los tipos de pasta (con buen grano duro), y por hablar hasta se fijó en los pies de Sebas, extremidades que le gustaron mucho (?) y que dijo que eran muy buenos para caminar por esos caminos, como los suyos, huesudos y alargados.

Curioso también el caso del peregrino gitano, que tanto juego nos dio. Partiendo de la base de que ninguno éramos racistas (¡je,je,je!), a todos nos chocaba ver a un peregrino de raza calé, tan chocante como ver a un gitano de delantero del Madrid o compitiendo en la final de los 3000 obstáculos con Marta Domínguez (¡Viva Marta!). ¡El bicho!, se hizo peregrino para buscar la mochila más aparente y dar el palo. Pero no tuvo suerte, un hospitalero le reconoció y llamó a la Guardia Civil que se lo llevó preso ante la mirada curiosa del resto de peregrinos.

En los albergues dejas la mochila junto a tu cama, te fías del resto de peregrinos, no piensas que te vayan a quitar algo, aunque por precaución siempre es conveniente llevar la cartera y las cosas de valor encima, sea en la ducha o en el servicio, porque, aunque yo no soy racista, siempre puede aparecer un gitano cuando menos te lo esperas.

También tuve el placer de conocer a la simpática pareja de Murcia (Jesús y Mª Hosé), a la pareja vasca con sus camisetas de media maratón de no sé donde que nos llevaron con la lengua fuera hasta el Alto do Poio, al señor del bigote que roncaba a pulmón libre, a los dos chavales de León con los que coincidí en O Cebreiro y, como no, al hospitalero de Castrojeriz, tipo curioso donde los haya, apenas levantaba del suelo 1,60, con su espesa barba blanca y sus piernas cortas, pero de pura fibra capaz de llevar un ritmo muy superior al nuestro (el doble, por lo menos) y que contaba alguien que vio como adelantaba andando a un ciclista en un subida. A nosotros nos pasó dos veces: la primera vez le llevábamos 20 kilómetros de ventaja y nos adelantó sin problemas; la segunda vez, salimos casi dos horas antes y nos volvió a adelantar.

Y alguno más que no recuerdo ahora. Tampoco me quiero olvidar de la chica malagueña con la que coincidí en la cola de Alsa en la estación de Lugo. Yo, de peregrino cojo. Ella, de peregrina renqueante. Era fácil comenzar la conversación, charla que ayudó a que se me pasara volando la hora que tuve que esperar hasta que saliera mi autobús, en la que yo le conté mis penas peregrinas y ella me contó como después de 400 kilómetros recorridos por el Camino del Norte (llevaba danzando desde el 21 de julio), un tirón en la pierna y el forzar para llegar al final de la etapa le obligó a abandonar el Camino y dejar lo que le restaba para más adelante. Le dejé La Voz de Galicia y me dio las gracias por ello y por mi ofrecimiento, en la cola de Alsa, que rechazó, de acercarla a Madrid (así se me haría el viaje más corto a mí también) y yo le di las gracias por su conversación (me quedó una frase muy de final de película, muy tipo Bogart, que para sí hubiera querido W. Allen en “Sueños de Seductor”, solo que él, nuestro Bogart, hubiera dicho: gracias a ti, muñeca, por tu conversación).

Yo no fui al Camino en busca de amigos para el Facebook, ni para encontrame a mí mismo, ni para ver si coincidía con Beyoncé o con Sienna Miller (y su frasco de Boss al modo de mochila), ni para saber qué es una sobrecarga muscular, ni para recuperar la fe, en realidad, no sé por qué fui, pero había algo que desde el año pasado me empujaba a hacerlo y debía hacerlo. Ahora creo, pese a no haber llegado a Santiago, saber qué era eso que buscaba: romper con la rutina de todo el año, vivir experiencias nuevas, no planificadas, conocer en pocos días más gente que la que conozco en un año en mi rutinaria vida de Jefe de Administración, echar de menos a las personas que quiero y acordarme de ellas en los momentos de soledad, y engancharme a un tipo de experiencia que te lleva a hacer con gusto marchas de al menos seis horas diarias, levantándote a las 5 de la mañana y acostándote a las 10 de la noche, en vacaciones, ¡en agosto!, para lo que sólo necesitas una mochila, un par de botas, mucha ilusión y un poco de suerte para no sufrir ampollas, tendinitis o sobrecargas musculares. ¡Volveré!

P.D.: La noche del pasado viernes sonó el móvil y era Sebas, que estaba con el resto de la tropa mediterránea tomando unas cervezas en Santiago y se acordaron de mí. La verdad es que me alegré mucho por ellos, porque pese a sus problemas de ampollas y rodillas consiguieron llegar. Y también me alegré mucho porque se acordaron de mí en ese momento y eso fue todo un detallazo que no olvidaré y que dice mucho de lo buena gente que son.

sábado, 22 de agosto de 2009

El Camino (II): sobrecarga muscular.

Sobre las 3:00 me despertó la chica de la pareja vasca (no sé sus nombres) para que me uniera al grupo, pues habían decidido comenzar ya la siguiente etapa, mejor andar que estar ahí tirados en el suelo sin poder dormir.

Dicho y hecho, sobre las tres y media de la madrugada partíamos en dirección al Alto do Poio. A oscuras, por carreteras, caminos, atravesando un bosque (con meigas), alguna que otra aldea, para finalizar con una pendiente durísima, pero, por suerte, bastante corta, en cuya cima se encontraba abierto un pequeño bar/hostal donde pudimos descansar y reponer fuerzas con donuts y aquarius (me "jinqué" dos donuts, un coca cao, dos aquarius y porque no había caldo gallego..., pues no había cenado).

Aproximadamente eran las 6:00 de la mañana y nos quedaban unos 12 kilómetros mucho más suaves para llegar a Triacastela. Lo que yo desconocía en ese momento es lo duro que se me iba a hacer los pronunciados descensos hasta el final de la etapa.

Nos despedimos de los vascos, pues ellos iban hasta Samos y marchaban a un ritmo más alto que el nuestro. Posteriormente sería Tracy, la irlandesa, la que nos abandonaría también, ya que su intención era hacer 40 kilómetros y llegar a Sarria. Y en Triacastela fue Sophie la que prosiguió su marcha, pues se encontraba bien físicamente.

No eran las diez de la mañana y nuestras mochilas estaban haciendo cola en la puerta del albergue de Triacastela, mientras nosotros nos echamos en el césped a la espera de que nos dejaran entrar.

A la una entramos, dejamos las mochilas, nos duchamos y nos fuimos en busca de nuestro Menú del Peregrino, esta vez yo pedí ensalada de pasta y sardinas, y de beber, vino con casera. Nos atendieron unas chicas súper simpáticas, de lo mejorcito hasta entonces, muy diferentes de los secos habitantes del Bierzo con los que habíamos tratados.

Y, después, la siesta, hasta casi las 8:00 de la tarde no me decidí a levantarme de mi cama. El dolor de mi tobillo derecho era ahora mucho más intenso y veía las estrellas cada vez que lo apoyaba en el suelo. Así que me vestí y me dirigí al pueblo en busca de la farmacia de guardia o del centro de salud. Pues ni una cosa ni otra, la farmacia estaba cerrada y el centro de salud también, por lo que tendría que esperar hasta el día siguiente para que me viera un médico.

Sin duda, la etapa de O Cebreiro, el no descansar y el fuerte ritmo que llevamos en la ascensión al Alto do Poio, me estaban pasando factura y el tobillo cada vez estaba más hinchado. Incluso pensé en compartir taxi hasta Sarria con una americana que estaba lesionada, pero una milagrosa pomada, Radio Salil, que llevaba Borja me alivió bastante el dolor, por lo que al día siguiente, a las 6:00 de la mañana ya estábamos en pie para hacer el recorrido por San Xil.

Me costó bastante llegar, pero lo hice, junto a Borja y a Sebas, llegamos a la oficina de turismo y de ahí, cojeando y casi sprintando, hasta el albergue de la Xunta, entrando nuestras mochilas dentro de las 40 primeras que daban acceso a una cama.

Ana y Eva hicieron el recorrido por Samos, más largo pero menos escarpado que el nuestro, aunque tardaron más en llegar y ya no tenían plaza en el albergue nuestro. Eso sí, tuvieron suerte porque una pareja de murcianos (Jesús y Mª José) que habíamos conocido en Triacastela tenían una reserva en un albergue privado y se la cedieron a ellas.

Ducha, comida y derechitos al Centro de Salud, donde el médico de Urgencias no lo dudó al ver mi tobillo: “reposo, reposo absoluto, ibuprofeno y gasas frías”. ¿Y la etapa de mañana? “Reposo absoluto ya, desde ya, ni pomadas ni nada, reposo”.

Así que nos dirigimos a la farmacia de guardia, cargamos con el botiquín y nos fuimos a reposar. Me tomé dos sobres casi seguidos de ibuprofeno 600 y me apliqué réflex en gel un par de veces antes de acostarme (acostado y a oscuras me equivoqué de bote y me apliqué betadine en gel en lugar del reflex, con lo que la lié parda, tiñendo de rojo las sábanas desechables que nos habían dado), pero al día siguiente, a las 6:00 de la mañana, tenía el tobillo como escayolado, sin poder flexionarlo, e inflamado como la pata de un elefante (o como el de las señoras mayores que retienen líquido).

Salté de la litera y el dolor era más intenso, así que decidí no continuar. Era mejor dejarlo en Sarria, a unos 100 kms de Santiago y retomar el Camino en cuanto tuviera oportunidad, desde allí el recorrido es más suave y en 4 ó 5 días estás en Santiago.

Eso sí, decidí antes de marcharme pasar las últimas horas en el albergue de Portomarín con mis compañeros de fatigas, para posteriormente regresar a Badajoz.

El regreso en autobús desde Lugo en busca de mi coche fue bastante emocionante, porque transitó por la nacional por donde iniciamos la etapa de Villafranca del Bierzo y me íba cruzando con peregrinos que estaban recorriendo el mismo itinerario que tres días antes habíamos hecho nosotros.

Volveré, no sé si solo otra vez o acompañado, no sé si este año o el próximo, pero si nada grave me lo impide estoy seguro que volveré y completaré los kilómetros que me faltan para llegar a Santiago, no descartando reservar una semanita al año para completar el Caminos completo desde Francia en varios años.

En definitiva, una corta pero muy bonita experiencia, que, entre otras muchas cosas, me ha permitido conocer el verdadero significado de la palabra MORRIÑA.

El Camino (I): Los valencianos

En un Centro Comercial de Ponferrada estuve a punto de comprar el libro El Camino, de Delibes, no porque tratase sobre el Camino de Santiago, sino porque vi que pesaba algunos gramos menos que el que llevaba en la mochila.

Al final lo dejé en la estantería e hice bien, pues en mis pocos días de peregrino no hubiera encontrado el momento de leerlo y es que si algo me ha quedado claro de esta experiencia es que, aunque vayas solo, no son necesarios ni iPods, ni libros, ni PSP’s,..., ya que lo verdaderamente bonito del Camino es la facilidad de conocer personas, de relacionarte con gente de todos los sitios, de todas las clases, de todas las edades.

Yo tuve la inmensa suerte de conocer en la etapa de Villanueva del Bierzo a O Cebreriro a Eva y Sebas, dos jóvenes valencianos con los que desayuné en Trabadelo, donde se nos unió Sophie, una inglesa de Southampton, y juntos los cuatro recorrimos el resto de esta etapa reina que nos llevó al primer pueblo de Galicia.

Fueron nueve horas de marcha, desde las 6:00 hasta las 15:00 horas, con cuatro paradas: desayuno (cola cao y cruasán), almuerzo (empanadilla y acuarius), inmersión de pies en la fuente de La Faba (¡que gustito!) y cañita de Estrella de Galicia, aquarius y frutos secos en A Lagúa de Castela, antes de afrontar los últimos 3 kilómetros de subida a O Cebreriro, donde se nos unieron dos valencianos más: Ana, con ampollas en sus pies y una zapatilla en chanclas, y Borja, con sus problemas en la rodilla.

Fue una etapa dura, pero llegamos con mucho esfuerzo y, aparentemente, sin excesivos problemas físicos. Yo me descolgué en el tramo final e hice los últimos metros hasta el albergue acompañado de una pareja de vascos y de un señor mayor con bigote que más tarde nos sorprendería con el poder de sus ronquidos.

En esto llegamos a la puerta del albergue y nos topamos con el letrerito de “completo/full”. De nada sirvió nuestros intentos de convencer a la hospitalera: o pasábamos la noche en el suelo bajo las estrellas o cogíamos a media tarde un autobús a Pedrafita y dormíamos en el polideportivo.

Decidimos echar los sacos (algunos sin esterilla, como yo) en un porche a las traseras del albergue, nos colamos en las duchas (nos pedían 3 euros por entrar a ducharnos) y una vez acicalados y oliendo a límpidos (nunca en mi vida había sudado tanto como ese día), nos dirigimos en busca del menú del peregrino diario. Ese día terminamos de comer tarde, lo que unido a las cervecitas que nos bebimos antes que comenzara a anochecer, hizo que me acostara sin cenar.

Lo único que me pedía el cuerpo era un buen colchón y unas horas de descanso. Así que me dirigí en busca de la hospitalera, armado únicamente con mi mejor cara de “niño bueno” y estos ojos azules (*) arrebatadores que tan buen resultado siempre me han dado.

- Hola, dije con voz lastimosa, esbozando una ligera sonrisa y mirándola a los ojos.
- Hola, dime, me contestó con marcado acento gallego.
- Pues mira, soy uno de los nueve que hemos llegado a las tres y nos hemos quedado sin plaza en el Albergue. Hemos echado los sacos al suelo, pero ya se está yendo el sol y comienza a hacer fresco, por lo que nos espera una noche muy larga. ¿No habría alguna posibilidad de ocupar una sala, como la cocina, que está sin utilizar? No molestaremos a nadie y a las 5 de la mañana nos marcharemos sin hacer ruido.

Ella esperó a que terminara, medio sonriendo y teniendo muy claro desde el principio lo que me iba a contestar:
- Yo lo siento mucho, pero no puedo hacer nada, las normas son las normas y ya no se echan colchonetas al suelo como se hacía hace años. Ahora sólo entran los peregrinos hasta completar todas las camas.
- Si yo te entiendo, pero hacer una pequeña excepción a la norma en este caso, para ti no supondría nada y para los nueve (más el señor roncador del bigote y el coreano de los 60 kms. corriendo al día) que estamos ahí fuera sería muy importante.
- Mira, yo no sé nada, ¿vale?, sólo te digo que yo me marcho a las 22:00 y si alguien os abre desde dentro, pues eso, tú me entiendes, ¿verdad?
- Te entiendo, te entiendo, le dije sonriendo, muchas gracias “por no querer saber nada”.
- Eso sí, a la una pasará el vigilante y ahí ya dependerá de vosotros si le convencéis o no.

Volví a manifestarle mi agradecimiento y me dirigí más contento que unas pascuas en busca del resto del grupo para comunicarles lo “acordado” con la hospitalera.

Así que recogimos nuestros sacos y mochilas y pasadas las diez asaltamos en silencio el albergue y nos acomodamos en el suelo de la cocina.

Sophie se puso sus tapones en los oídos y se giró hacia la pared, yo me quedé un rato despierto, sin coger el sueño, supongo que debido a las primeras molestias en el tobillo derecho y a la dureza del gres sobre el que estaba mi saco de dormir y, por tanto, mi serrano cuerpo.

De pronto se escucharon unos pasos, se abrió la puerta y alguien encendió la luz de la sala.

- ¿Qué hacéis vosotros aquí?, nos dijo con tono amenazante un joven vestido de segurata.

Ninguno reaccionó. El cansancio, el sueño y la sorpresa de ver a semejante personaje plantado en la entrada hizo que pasaran unos segundos hasta pudiera empezar a hablar.

- A ver como empiezo, dije para ganar tiempo, he hablado con la hospitarela...
- ¿Cómo se llama?, me interrumpió de malas maneras.
- Pues no lo sé, no le pregunté el nombre, sólo puedo decirte que era rubia.
- Mal empezamos, exclamó con tono bastante cortante. Y esa, ¿que hace que no se mueve?, dijo señalando a Sophie que dormía sin enterarse de lo que estaba ocurriendo.
- Ella tiene puesto tapones y no estará escuchando nada. El caso es que la hospitalera me dijo que se marchaba a las diez y que si alguien nos abría y nos metíamos dentro, que ella no sabía nada, que haría la vista gorda, que después dependería de ti que nos dejases pasar la noche a cubierto o tirados en el suelo. Que estaría en tu conciencia, le dije siempre desde el saco con la cabeza un poco incorporada y los ojos casi vencidos por el cansancio.
- Está bien, me lo pensaré, dijo el vigilante mientras apagaba la luz y cerraba la puerta.

Todos pensábamos que no volvería y pasaríamos el resto de la noche a cubierto, pero cual fue nuestra sorpresa cuando unos minutos más tarde apareció de nuevo el segurata y nos ordenó que en 5 minutos nos fuéramos a la calle.

El caso es que era la 1:00 de la madrugada y volvíamos a echar los sacos en el suelo e intentábamos acomodar nuestros cuerpos a las irregularidades del mismo. Lo único bueno, que no hacía frío.


(*) Para el que no me conozca, el tema de los ojos azules está escrito en tono irónico, que luego vienen los malos entendidos, que uno es muy sencillo y conoce sus limitaciones físicas en cuanto a belleza (las otras, me he dado cuenta ahora al ver mi tobillo maltrecho).


lunes, 10 de agosto de 2009

Julio en la TV

Pues eso, que acabo de llegar a casa, lunes, 3:21 horas a.m. y con unos brugales/cola en este hermoso cuerpo. ¿Qué tendrá la noche o el Brugal (o el Jamenson o el Mojito) que te dan esa facilidad de palabra? Ni idea, pero aquí estoy, frente a Mac, de vacaciones (merecidas o no), escribiendo en este blog que lo tenía un poco abandonado.

No sé ni qué escribir ni qué decir, el caso es que me he despedido de mi amigo Antonio hablando en italiano, con acento entre napolitano y calabrés, lo que no es moco de pavo para uno que apenas ha pasado unas horas en el aeropueto de Milán, hace un par de veranos, y del que se mofaron las empleadas de un puesto de bocadillos cuando pidió un bocata caliente, viendo como se reían entre ellas cuando una dijo algo parecido a "caliente, siempre mejor caliente" o algo parecido.

En fin, que yo debería estar acostado a estas horas, pero me da por escribir estas tonterías. No sé, creo que cada día uno está peor, pero es lo que hay.

Por cierto, ayer estaba viendo el informatico de la 1 y cuando hablaban de la muerte de Dani Jarque (el capitán del Español) apareció mi amigo Julio en la tele. Ahí, con su bata blanca y su porte de buen cardiólogo. La verdad es que no me enteré de lo que dijo, porque llamé a mi Santa para que viniera a verlo, pero seguro que fue algo interesante.

Lo que está claro es que dentro de tres días afrontaré la subida al puerto de Piedrafita, concretamente a O Cebreiro (7 kilómetros de subida, como un Tourmalet o un Alpe d'Huez para mí), ya en tierras gallegas y espero que mi corazón y mis ingles(*) aguanten, de lo contrario me veré obligado a pedir consejo al bueno de Julio o a llamar a Chuspe para que acuda con el helicóptero del 112 en mi auxilio.

Pues eso, que me voy a acostar que ya es hora y si mañana tengo tiempo y ganas contaré algo sobre mi "expedición" a la ruta xacobea que comenzaré este jueves y que me llevará, después de 200 kilómetros a patita, a darle un abrazo (no de pagafantas) al bueno de Santiago.


(*) El tema ingles es el más delicado de esta peligrosa aventura. El tener estas hermosas piernas tipo Koeman hacen que rocen por su cara interior, provocando una abrasión que puede dar al traste con la expedición. Espero que la preparación de los últimos meses y el ungüento comprado en el Mercadona a base de aloe vera den sus frutos.