martes, 10 de agosto de 2010

El Nómada en Carvahal

Mi amigo Antonio todos los veranos se transforma en El Nómada, una especie de superhéroe del siglo XXI en continua lucha contra el Capitalismo, que tanto mal ha hecho a la Humanidad. En una de sus últimas entregas blogueras (http://nomadaencarvalhal.wordpress.com/2010/08/08/de-gestos-y-decadencia/) critica a Starbucks, para él uno de los símbolos más detestables del imperialismo yanki y de este sistema económico.

Mi amigo Rafa recordará un café solo que tomamos hace muchos años en Praga, capital de una Checoslovaquia que luchaba por liberarse de las últimas cadenas que la unían a un comunismo que, al parecer, sólo deseaban los que vivían en occidente y no habían tenido la oportunidad de "disfrutarlo". Era un café negro, seguramente el café solo más fuerte que he tomado en mi vida, con posos, muy de puchero, tomado para desayunar en la barra de un bar de un barrio de Praga que desgraciadamente ya no puedo recordar. Sin duda, una muestra más de la escasez que vivían en aquellos años postcomunistas los checos.

Hace un año, en una Sevilla que superaba los 40 grados a la sombra a las 4 de tarde, El Nómada pisó por primera vez un Starbucks, no sin antes oponer cierta resistencia y mascullar en hebreo unas palabras imposibles de reproducir en este blog.

Pedimos nuestros moccas, frapuccinos,..., y nos acomodamos en la planta superior, en unos mullidos "sofales", disfrutando del aire acondionado, del wi-fi y de unos servicios limpios con acceso exclusivo para los que habíamos consumidos algo en el local. Allí permanecimos al menos una hora, tiempo en el que alguno/a echó una cabezadita, otros hicieron fotos con el móvil y El Nómada nos recordaba su época en la que nunca salía de casa sin su pequeño Libro Rojo de Mao, lo más cool del momento.

En ningún momento pensé que tomarme allí un frapucciono fresquito mientras me quitaba del horroroso calor sevillano y descansaba mis sufridos pies significaba un apoyo a las políticas del imperialismo yanki o al capitalismo que nos ha traído estos lodos. Simplemente era hacer tiempo en un sitio agradable y fresquito hasta que marchásemos al estadio a ver al autor de "Born in the USA".

Todo esto viene a cuento después de leer al Nómada el domingo por la noche, justo unas horas más tarde de haber disfrutado de un café mocca en el Starbucks que hay justo al lado de la Antiga Confeitaria de Belém, donde sirven los mejores pastéis de nata de Lisboa. ¿Que el Starbucks es caro? Depende de lo que pidas. Si te tomas un magdalena, que ellos llaman muffin, pues sí, es caro, pero si te pides un capuccino, te cobran 2,40€, lo que no me parece nada caro si te lo estás tomando en la estación de Rossio lisboeta, frente a la Catedral de Sevilla, en la Plaza de Callao, junto a la Opera de París,..., porque si algo tienen estos "estarbucks" es que están situados en los mejores sitios. Además, ¿cuánto vale un capuccino en El Café de Indias que hay junto al STRASS de Badajoz?.





martes, 30 de marzo de 2010

Man-za-na

Olga Román

Puestos a hablar de Sabina, el disco que hacía tiempo que no escuchaba y que nos lo cantamos enterito de Madrid a Trujillo, Nos sobran los motivos, termina con el "Y sin embargo te quiero", del Sabina más canalla, con una preciosa introducción de Olga Román.

Nunca le había puesto cara a esa preciosa voz, aunque sabía que había grabado un disco en solitario y que acompañaba a Sabina en sus conciertos. Esperemos verla pronto en Badajoz, muy cerquita de mi casa, en el coso donde espero ver torear, por primera vez, al maestro, siempre con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide.


Canciones que te acompañan

Hoy me he levantado con esta canción, que en su versión en directo, vinimos escuchando el pasado sábado en el coche, antes de parar en Trujillo. No es normal que lleve ya algo más de 4 horas con ella y que no la haya dejado olvidada en la cola del BBVA, en la cola de CajaMadrid, mientras me tomaba media con tomate y aceite o mientras praparaba y revisaba las nóminas de marzo. No es normal.

Como no fue normal que el sábado, en el metro madrileño, creo que en Diego de León, en uno de sus interminables pasillos, se me subió a la chepa una canción de los Beatles que me acompañó todo el trayecto. Esa se quedó en Madrid y ahora no recuerdo cuál era. La seguiré buscando, aunque anoche no tuve la suerte de encontrarla, de ahí que apunte la de Sabina mientras termino el 347.


Algunas veces vuelo
y otras veces
me arrastro demasiado a ras del suelo,
algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita,
a esa hora maldita
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar.
Algunas veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo;
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón;
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos;
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán;
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar;
más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Afganistán

¿Por qué le llaman "misión de paz" cuando quieren decir Guerra? En fin, ahí van unas fotos extraídas de la página The Big Photo y la música de Salvar al Soldado Ryan (Hymn to the Fallen, concretamente).

He preferido quitar algunos fotos, porque me parecían demasiado fuertes y lo mismo en youtube me borraban el vídeo, cosa que no descarto después de avisarme de que los derechos de la banda sonora pertenecen a Sony Music Entertainment. Pues sí, lo sé, pero a este paso no vamos a poder ni cantar en la ducha.


viernes, 5 de marzo de 2010

"DEAD POETS SOCIETY"

He preferido poner el título de la entrada en inglés porque le da un aire serio e interesante que no tiene su traducción en español: El Club de los Poetas Muertos (1989), y porque para eso yo escribo aquí lo que me apetece y como se me antoja.

¿Y por qué hablar a estas alturas de esta película? ¿Crisis de los cuarenta? No. Pues por las mismas razones por las que he escrito el título en inglés y también porque un amigo del Facebook lleva unos días publicando extractos de la misma con diferentes mensajes.

Cuando estrenaron este film yo estaba iniciando Económicas y la vi un día de diario con la compañía de mi buen amigo Rafa, en un cine ya desaparecido que entonces estaba dando sus últimas bocanadas: el Cine Pacense, de Badajoz.

Era la primera vez que entraba en dicho sitio, entre otras razones porque hacía poco tiempo que había cumplido los 18 años y allí, hasta hacía poco, sólo proyectaban películas clasificadas S, para adultos, aunque un buen amigo de ambos nos reconoció una vez que de adolescente más de una vez se había colado para ver alguna de estas "películas guarras", ¡pillín, Pi!.

Recuerdo que las butacas eran de madera, bastante incómodas, pero lo que no se me olvida es que salimos del cine con las pilas cargadas, impresionados por las lecciones de vida impartidas por el profesor Keating y con las palabras Carpe Diem martilleando nuestras cabezas.

Hay películas que, pese al paso del tiempo y pese a que hemos visto más de una vez, siempre que zapineando te topas con ellas, da igual el momento en el que la pilles, siempre te apetece terminar de verla y seguir disfrutando de ella. Una es El Club de los Poetas Muertos, que supongo que todos hemos visto alguna vez y que si alguien no ha podido verla le recomiendo que lo haga, seguro que le hará pensar o, por lo menos, pasará un buen rato con las "enseñanzas" de un Robin Williams quizá en su mejor trabajo (también me gustó mucho en el Indomable Will Hunting).

Como curiosidad, aparecen unos jovencísimos Dr. James Wilson (el amigo sufridor del Dr. House) y un Ethan Hawke que años después interpretaría otra película de buenos recuerdos, Antes del Amanecer.




lunes, 15 de febrero de 2010

Déjame entrar

Tarde de domingo rara, hace frío, el cielo está gris plomizo y a lo lejos se oyen los tambores de las comparsas que desfilan por las calles de Badajoz. En la tele, las películas de los domingos por la tarde: que si una de misterio en un lago, que si otra con vecinos excesivamente agradables que esconden macabros misterios en sus sótanos, que si la vecina que se enamora obsesivamente del vecino padre de familia feliz y no para hasta destrozarle la vida,..., ¿por qué será que los vecinos dan tanto juego en este tipo de telefilms?, ¿por qué nos dan tanto miedo los vecinos?

Ante este panorama lo mejor es encender el dvd y poner una película película, de esas que no suelen estrenar en nuestro Cine Conquistadores (íbamos a ir a ver a George Clooney en "Up in the air", pero sólo ha durado en este triste cine 7 días) y hoy tocaba "Déjame Entrar".

No tenía ninguna referencia de ella y desconocía de qué iba, quizá por eso la sorpresa ha sido mayor y más agradable. Comienza con un interminable plano en silencio con los títulos de créditos en los que se adivina más de un nombre que nos recuerda al catálogo de Ikea y poco a poco descubres que no se trata de una película de vampiros más.

En diciembre tuve la desgracia de tener que aguantar en una reunión familiar la primera entrega de la trilogía Crepúsculo, con vampiros muy bellos, una exhibición de efectos especiales y una historia que a los 5 minutos hace que te preguntes si con cuarenta años uno tiene edad de ver esta película para treceañeros con hormonas disparadas.

No voy a contar de qué va Déjame Entrar, ya he dado una pista sobre que no es otra película más de vampiros, sólo decir que es una historia de sentimientos de dos chaveles de 12 años con la necesidad de encontrar un amigo que le ayude a superar la soledad que están sufriendo.

Así que si buscas una película diferente en todos los sentidos, ahí tienes "Låt den rätte komma in", que aunque lo parezca, no es el nombre de una estantería de Ikea ni de ninguno de sus sonrientes diseñadores.





miércoles, 10 de febrero de 2010

Gilisoluciones para una crisis (A. Pérez Reverte)

El diccionario de la Real define la palabra gilipollas como tonto, o lelo. Es buena definición, pero a mi juicio le falta un matiz. Yo lo definiría como tonto, lelo, con un punto de pretenciosidad o alegre estupidez. Esa distinción es importante, a mi juicio. Pongo un ejemplo casual como la vida misma: no es igual, como dirían en mi tierra, un tonto a secas que un tontolpijo. El tonto es tonto, y no da más de sí. En Aragón, verbigracia, el tontolhaba no es más que un cenutrio elemental, querido Watson. Un tonto de infantería. Sin embargo, en Cartagena o Murcia el tontolpijo es un tonto con maneras de otra cosa. Un tonto ligeramente cualificado, o con ínfulas de ello. Entre uno y otro podríamos situar también al tontolculo y al tontolnabo, que son especies intermedias pero más bien bajunas. Tirando a cutre, vamos. La joya de la corona, sin discusión, es el tontolpijo. Ése se sitúa por mérito propio en la parte alta del escalafón. En esencia, el tontolpijo es un tonto que suele dárselas de listo. Que no se entera de lo tonto que es, y encima se cree divino de la muerte. Un capullín puesto de perfil, o sea. Sabidillo y frivolón al mismo tiempo, con pujos de cantamañanas. Un tonto al que a menudo podríamos definir como políticamente correcto. O sea: un gilipollas.

Toda esta amena reflexión filológica proviene de la lectura de los suplementos dominicales y revistas de hace un par de semanas. Estaba en ello cuando me topé con algunos reportajes que coincidían en materia: consejos para las familias a la hora de plantearse la cocina en tiempos de crisis. En vista de la que va a caer, era la idea, hay que apretarse el cinturón, renunciar a caprichos gastronómicos y buscar menús domésticos baratos y sencillitos, poco gravosos para el bolsillo. Para echar una mano a las economías familiares, esos reportajes coincidían en proponer platos adecuados para tiempos de incertidumbre como los que tenemos encima. Cositas sencillas, vamos. De diario. Para ir tirando.

Una receta de pescado, por ejemplo, sugería cómo lograr el sabor de la vieira, que es cara, con productos más accesibles: 150 gramos de merluza, 150 de rape, 150 de congrio y 150 de mero. Tal cual. Todo eso puesto dentro de conchas de vieira, por aquello de que comemos tanto con los ojos como con la boca. Frente a este delicioso modo de hacer frente al despilfarro doméstico, el consejo de otra revista para remontar la crisis con el estómago lleno y sin complejos tampoco tenía desperdicio: tosta de hígado de raya. Procurando, eso sí, que las cebolletas estén limpias y picadas muy finas y que las rebanadas de pan sean el doble de largas que de anchas –después de todo, la miseria no está reñida con la estética–, y que el aceite, a ser posible, sea de oliva virgen. La calidad y el amor a los suyos, oiga, aconsejan ese pequeño sacrificio. Al final, lo simple aburre, y lo barato siempre sale caro. Dicen.

Ahí van otras sugerencias –divertidas, es el inevitable adjetivo– para jalar en condiciones sin que la economía familiar se resienta mucho: mero con cuscús, pechugas en escabeche de Módena, cerdo relleno de grumelos, sardina pertrechada con vinagreta de tomate en caliente. Etcétera. Por supuesto, los procedimientos cuentan. Nada de despachar el género con vuelta y vuelta y un sofrito guarro de tomate enlatado, o recurrir a la ordinariez de pasta, garbanzos, arroz, puré, acelgas o tortilla de patatas. La palabra crisis, el estar tieso como la mojama, no pueden ser pretextos para la vulgaridad a la hora de ponerse a la mesa. Nunca en España, por Dios. Un simple mejillón hervido con chorro de limón es intolerable por mucho que se desplome la bolsa. Lo importante es añadir tabasco a la cebolla y el tomate sin olvidar tomillo, perejil y laurel, todo bien picadito. Y en cuanto rompa a hervir el huevo, rectificar el punto de sazón e incorporar los mejillones. Por supuesto, dando un hervor al conjunto.

Así que ya lo saben. No hay crisis incompatible con un estómago lleno, ni con el glamour de una mesa que firmarían Arzac o Ferrán Adrià. Con talento y buen ojo, todo es posible en Granada. La señora o el caballero llegan a casa, por ejemplo, después de pasar la mañana en la cola del paro o buscándose la vida con su navaja en una esquina, y con una simple lata de berberechos y los consejos de cualquier revista pueden despertar la admiración de su familia, y de paso subirse unos puntos la autoestima, cocinando, sin ir más lejos, unas almejas deconstruidas al aroma de esturión con cebollas glaseadas a la roteña con guarnición de arroz de Calasparra travestido a lo salvaje del Orinoco. Por lo menos. Así que, por mucha crisis que haya o vaya a haber –además, el Gobierno ya prepara eficaces medidas para cuando la crisis pase y sigamos siendo el pasmo de Europa–, no se disminuya, amigo. Igual hay quien lo llama gilipollas. O si es de Murcia, tontolpijo. Pero tranquilo. Si los perros ladran, es que cabalgamos. Coma usted barato, original y caliente. Sobre todo, divertido. Fashion. Y ríase la gente.

Arturo Pérez Reverte


Nota (mía): el "daño" que ha hecho en la cocina de los dominicales y de los amigos la obra del admirado Ferrán Adriá sólo es comparable con el "daño" que hizo mi también admirado Fernando Alonso en la forma de conducir de los españoles, sobre todo a la hora de "gestionar" una rotonda.



El inglés en mil palabras (J.J. Millás)

Recibo cada día decenas de correos electrónicos no deseados. Así se denominan. Yo preferiría llamarlos correos electrónicos indeseables, pero el porqué del nombre de las cosas constituye un misterio. Estos mensajes, en su mayoría, tienen dos características: vienen en inglés y ofrecen pastillas. ¿Qué clase de inglés? Malo. ¿Qué clase de pastillas? Viagra, Valium, Propecia, Cialis, Soma y Ambien, por este orden. La Viagra y el Valium sabemos para qué sirven. La Propecia, como su nombre indica, es para que te salga el pelo. El Cialis, para tener erecciones como Dios manda. Del Soma no he logrado averiguar nada. En algunas culturas se llama así al elixir de la inmortalidad, de ahí que los dioses necesiten tomarlo todos los días con el desayuno, a veces también con la cena, depende de lo inmortal que quieras ser. El Soma es también un sindicato minero, pero no creo que guarde ninguna relación con el Soma del anuncio. En cuanto al Ambien, se trata de un somnífero. El prospecto te garantiza siete u ocho horas de sueño seguidas. Un chollo. Nadie duerme esas cantidades en la actualidad.

Por lo general, al lado de nombre de cada pastilla, viene un dibujo de la misma. La Viagra parece un platillo volante. El Valium es redondo. La Propecia es hexagonal. El Cialis tiene forma de mejillón y así sucesivamente. También sus colores son distintos. Lo cierto es que da gusto verlas. Tienen algo de pócima milagrosa. De hecho, prometen milagros. Pero lo más llamativo es que viendo esta publicidad da la impresión de que el ser humano, para ser feliz, sólo necesita una erección, una buena mata de pelo y una siesta de ocho horas seguidas. Hay otras cosas en la vida, de acuerdo, pero los vendedores de Internet dan por supuesto que no faltan. O que, si faltan, podemos suplir su carencia con lo que ellos nos ofrecen. A mí todo esto me deja un poco perplejo, como el método de El inglés en mil palabras. O sea, la felicidad en seis pastillas. Tienes que usarlas con cierto orden, porque si tomas un Ambien para dormir, al mismo tiempo que un Cialis para la erección se te puede caer el pelo, lo que te obligaría a aumentar la dosis de Propecia. Todo esto en un inglés muy básico, ya digo. Personalmente, prefiero quedarme como estoy.

Juan José Millás