Creció conmigo y siempre estuvo ahí, en los buenos y malos momentos, siempre dispuesta, sin pedir nada a cambio. No le pesaban los años, pero su "piel" mostraba el paso del tiempo. Tanto desgaste le había producido alguna que otra cicatriz, algún que otro roto, pero ni a ella ni a mí parecían importarnos.
Desconozco las horas, los días, los meses, los años que pasamos juntos, pero fueron muchos y siempre estuvimos muy a gusto, nunca hubo problemas. Los primeros tiempos salíamos juntos; los últimos, cuando su aspecto le obligaba a permanecer en casa, también los pasamos juntos, en casa o en el campo.
Pero un día, sin avisar, se marchó para siempre, sin decirme adiós, sin darme la opción de preguntarla "¿por qué?". Notaba su ausencia y no entendía su desaparición, hasta que un día mi Manu me confesó todo: no soportaba su presencia y la echó fuera de casa.
Ha pasado tiempo desde aquel luctuoso suceso, pero el pasado miércoles, mientras veía cómo los cachorros de San Mamés caían ante las huestes de Guardiola, me acordé de ella, de mi camiseta de Coronel Tapiocca.
Quiero recordar que fue mi primera compra en esa tienda, calculo que yo tendría veinti y muy pocos años cuando la compré, azul, con el texto Coronel Tapiocca en el pecho y el perfil del citado aventurero. Lo que viene a ser un básico.
Pues esta camiseta me acompañó muchos años, se fue adaptando a la evolución de mi cuerpo, yo diría que también ella aumentó de talla y en lo últimos años era parte de mis vestuario cómodo "de estar por casa", ya con algunos rotos provocados por tantos lavados.
Hasta que un día la eché en falta y al interrogar a mi Manu, ésta se derrumbó y confesó que la había tirado a la basura sin decirme nada. Reconozco que me llevé un disgusto, porque soy una persona que le gusta guardar cosas, quizá demasiadas, pero que con el paso del tiempo van adquiriendo un valor personal difícil de entender por los demás.
Por eso no comprendo a las personas que no conservan pequeños objetos, pequeñas cosas, que le traigan a la memoria buenos momentos. En el libro de los amarillos de Albert Espinosa cuenta que le gustaría que todos, antes de dejar este mundo, preparásemos una cajita con esas pequeñas cosas que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida. En mi caso, con principio de Síndrome de Diógenes, necesitaría un contenedor verde, otro amarillo y un par de los de reciclaje de papel, por lo menos.
De esta manera, el que abra esa cajita podrá disfrutar de las cosas a las que el finado en algún momento de su vida le dio mucha importancia e incluso sorprenderse al descubrir algún aspecto de esa vida que desconocía. En mi caso, seguramente, estaría mi bolsita de tela verde que me hizo mi madre hace más de treinta años para guardar los bolindres (canicas) con los que jugaba a diario en el colegio, los sábados en casa de mis abuelos y los domingos en el campo, y que todavía conservo junto a los bolindres en uno de los cajones de la mesilla.
Seguramente también hubiera guardado mi camiseta de Coronel Tapiocca, ya convertida, gracias a la moda, en objeto vintage, lo mismo que la cámara de fotos Yashica de doble lente, heredada de mi padre, y más cosas que todavía es pronto para seleccionar.
¿Y por qué me acordé de la camiseta viendo la final de la Copa del Rey?
Pues porque mi madre recordó con bastante pesar el momento en el que, en un arranque de limpieza extrema, no supo apreciarv el valor que para mi padre tenía el conservar la camiseta intercambiada con Telmo Zarraonaindia "Zarra" en sus años de futbolista, y el enorme disgusto que supuso para él la pérdida de tan querido recuerdo.
Ahora pienso que si me hubiera confiado su custodia, esa camiseta de Zarra luciría en un lugar destacado en mi casa, siempre que a mi Manu no le diera un brote de limpieza extrema, claro.
1 comentario:
Yo también he sufrido en mis carnes esos arrebatos de limpieza extrema, brotes pertenecientes a nuestra hermana, que sin decir nada, en silencio... se "ofrecía" a hacernos limpieza. Aún recuerdo mi peluche con forma de tortuga llamado Boletin que pasó un día a mejor vida, buff... anda que no derramé yo lágrimas por esa encantadora tortuga rosa, q por cierto me pediste tú a Discoplay, todo un clásico :-)
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