sábado, 22 de agosto de 2009

El Camino (II): sobrecarga muscular.

Sobre las 3:00 me despertó la chica de la pareja vasca (no sé sus nombres) para que me uniera al grupo, pues habían decidido comenzar ya la siguiente etapa, mejor andar que estar ahí tirados en el suelo sin poder dormir.

Dicho y hecho, sobre las tres y media de la madrugada partíamos en dirección al Alto do Poio. A oscuras, por carreteras, caminos, atravesando un bosque (con meigas), alguna que otra aldea, para finalizar con una pendiente durísima, pero, por suerte, bastante corta, en cuya cima se encontraba abierto un pequeño bar/hostal donde pudimos descansar y reponer fuerzas con donuts y aquarius (me "jinqué" dos donuts, un coca cao, dos aquarius y porque no había caldo gallego..., pues no había cenado).

Aproximadamente eran las 6:00 de la mañana y nos quedaban unos 12 kilómetros mucho más suaves para llegar a Triacastela. Lo que yo desconocía en ese momento es lo duro que se me iba a hacer los pronunciados descensos hasta el final de la etapa.

Nos despedimos de los vascos, pues ellos iban hasta Samos y marchaban a un ritmo más alto que el nuestro. Posteriormente sería Tracy, la irlandesa, la que nos abandonaría también, ya que su intención era hacer 40 kilómetros y llegar a Sarria. Y en Triacastela fue Sophie la que prosiguió su marcha, pues se encontraba bien físicamente.

No eran las diez de la mañana y nuestras mochilas estaban haciendo cola en la puerta del albergue de Triacastela, mientras nosotros nos echamos en el césped a la espera de que nos dejaran entrar.

A la una entramos, dejamos las mochilas, nos duchamos y nos fuimos en busca de nuestro Menú del Peregrino, esta vez yo pedí ensalada de pasta y sardinas, y de beber, vino con casera. Nos atendieron unas chicas súper simpáticas, de lo mejorcito hasta entonces, muy diferentes de los secos habitantes del Bierzo con los que habíamos tratados.

Y, después, la siesta, hasta casi las 8:00 de la tarde no me decidí a levantarme de mi cama. El dolor de mi tobillo derecho era ahora mucho más intenso y veía las estrellas cada vez que lo apoyaba en el suelo. Así que me vestí y me dirigí al pueblo en busca de la farmacia de guardia o del centro de salud. Pues ni una cosa ni otra, la farmacia estaba cerrada y el centro de salud también, por lo que tendría que esperar hasta el día siguiente para que me viera un médico.

Sin duda, la etapa de O Cebreiro, el no descansar y el fuerte ritmo que llevamos en la ascensión al Alto do Poio, me estaban pasando factura y el tobillo cada vez estaba más hinchado. Incluso pensé en compartir taxi hasta Sarria con una americana que estaba lesionada, pero una milagrosa pomada, Radio Salil, que llevaba Borja me alivió bastante el dolor, por lo que al día siguiente, a las 6:00 de la mañana ya estábamos en pie para hacer el recorrido por San Xil.

Me costó bastante llegar, pero lo hice, junto a Borja y a Sebas, llegamos a la oficina de turismo y de ahí, cojeando y casi sprintando, hasta el albergue de la Xunta, entrando nuestras mochilas dentro de las 40 primeras que daban acceso a una cama.

Ana y Eva hicieron el recorrido por Samos, más largo pero menos escarpado que el nuestro, aunque tardaron más en llegar y ya no tenían plaza en el albergue nuestro. Eso sí, tuvieron suerte porque una pareja de murcianos (Jesús y Mª José) que habíamos conocido en Triacastela tenían una reserva en un albergue privado y se la cedieron a ellas.

Ducha, comida y derechitos al Centro de Salud, donde el médico de Urgencias no lo dudó al ver mi tobillo: “reposo, reposo absoluto, ibuprofeno y gasas frías”. ¿Y la etapa de mañana? “Reposo absoluto ya, desde ya, ni pomadas ni nada, reposo”.

Así que nos dirigimos a la farmacia de guardia, cargamos con el botiquín y nos fuimos a reposar. Me tomé dos sobres casi seguidos de ibuprofeno 600 y me apliqué réflex en gel un par de veces antes de acostarme (acostado y a oscuras me equivoqué de bote y me apliqué betadine en gel en lugar del reflex, con lo que la lié parda, tiñendo de rojo las sábanas desechables que nos habían dado), pero al día siguiente, a las 6:00 de la mañana, tenía el tobillo como escayolado, sin poder flexionarlo, e inflamado como la pata de un elefante (o como el de las señoras mayores que retienen líquido).

Salté de la litera y el dolor era más intenso, así que decidí no continuar. Era mejor dejarlo en Sarria, a unos 100 kms de Santiago y retomar el Camino en cuanto tuviera oportunidad, desde allí el recorrido es más suave y en 4 ó 5 días estás en Santiago.

Eso sí, decidí antes de marcharme pasar las últimas horas en el albergue de Portomarín con mis compañeros de fatigas, para posteriormente regresar a Badajoz.

El regreso en autobús desde Lugo en busca de mi coche fue bastante emocionante, porque transitó por la nacional por donde iniciamos la etapa de Villafranca del Bierzo y me íba cruzando con peregrinos que estaban recorriendo el mismo itinerario que tres días antes habíamos hecho nosotros.

Volveré, no sé si solo otra vez o acompañado, no sé si este año o el próximo, pero si nada grave me lo impide estoy seguro que volveré y completaré los kilómetros que me faltan para llegar a Santiago, no descartando reservar una semanita al año para completar el Caminos completo desde Francia en varios años.

En definitiva, una corta pero muy bonita experiencia, que, entre otras muchas cosas, me ha permitido conocer el verdadero significado de la palabra MORRIÑA.

1 comentario:

gelisbeth dijo...

Ya se terminará cuando tenga que terminarse, pero esta experiencia no te a quita ya nadie ;-)