En la madrugada del 13 de octubre, el novio de Falete simulaba su secuestro con a saber qué intenciones. En ese mismo instante, un empresario sevillano era incapaz de conciliar el sueño, pues no entendía que después de tantos años de trabajo y tantas operaciones bancarias, su banco de toda la vida le había cerrado el grifo y ni le descontaba los pagarés de sus clientes, dinero necesario para hacer frente a sus pagos, ni le ofrecía ahora el dinero que insistentemente le había puesto sobre la mesa en los últimos años de bonanza.
Al otro lado del Atlántico, un conocido directivo de un banco de inversiones, al que acababa de llevar a la quiebra, se reunía con sus amigos en una lujosa mansión para celebrar la pérdida de su trabajo y su correspondiente indemnización de más de 100 millones de dólares.
De vuelta a la península, y con el novio de Falete todavía sin dar señales de vida, una joven pareja de inmigrantes se miraban en la oscuridad del dormitorio y planificaban el regreso a su país, una vez entregado a su banco "de toda la vida" el piso que, con tanta ilusión y esfuerzo, habían adquirido hace unos años.
En ese mismo instante, la presidenta del banco de Mario Conde visualizaba la presentación de resultados de los tres primeros trimestres del año y que, como suele ser habitual en estos casos, serían los mejores de la historia de la entidad, sin contabilizar todavía el piso de la pareja anterior.
No bien había terminado la visualización de la hija del banquero, cuando varios taxistas madrileños dejaban atrás La Cibeles de Raúl o el Neptuno de Torres (¿Torres?) y daban conversación, sin saberlo, a varias jóvenes (españolas, brasileñas, rusas,...) que acababan de acostar a toda una legión de adinerados "empresarios" de la construcción que, horas antes de la desaparición del novio de Falete, habían estado reunidos en un lujoso hotel para discutir sobre el futuro del sector y las ayudas que deberían pedir al Gobierno.
No bien se había dormido, relajado y con una sonrisa dibujada en su cara, el último constructor, cuando amanecía en Sevilla y Falete despertaba sobresaltado ante la ausencia de su novio. Este, autoliberado de su autosecuestro, salía nervioso de la comisaría después de prestar declaración sobre lo sucedido esa noche. Mientras, la pareja de inmigrantes se dirigía a liquidar las cuentas pendientes con el banco de la hija del banquero, que en ese momento repasaba su "Keynote" llena de gráficos positivos sobre la evolución de "la entidad".
Una hora antes de que abriese la oficina del banco de don Mario, el empresario esperaba nervioso y disgustado la llegada de sus trabajadores para darles la noticia de que este mes sería muy difícil que pudieran cobrar sus nóminas, ya que su banco de toda vida se había negado a descontarle los pagarés de uno de esos constructores que ahora daba buena cuenta de su desayuno buffet de 25,00 euros, mientras se jactaba con sus colegas de las artes de la joven española que, unas horas antes, le había ayudado a conciliar el sueño previo pago de una cantidad, simbólica para él, pero necesaria para ella, para poder pagar el alquiler de su piso compartido y poder seguir aspirando a un futuro de Princesa donde no hubiera lugar para esas carreras nocturnas en taxi por Madrid.
Al otro lado del Atlántico, un conocido directivo de un banco de inversiones, al que acababa de llevar a la quiebra, se reunía con sus amigos en una lujosa mansión para celebrar la pérdida de su trabajo y su correspondiente indemnización de más de 100 millones de dólares.
De vuelta a la península, y con el novio de Falete todavía sin dar señales de vida, una joven pareja de inmigrantes se miraban en la oscuridad del dormitorio y planificaban el regreso a su país, una vez entregado a su banco "de toda la vida" el piso que, con tanta ilusión y esfuerzo, habían adquirido hace unos años.
En ese mismo instante, la presidenta del banco de Mario Conde visualizaba la presentación de resultados de los tres primeros trimestres del año y que, como suele ser habitual en estos casos, serían los mejores de la historia de la entidad, sin contabilizar todavía el piso de la pareja anterior.
No bien había terminado la visualización de la hija del banquero, cuando varios taxistas madrileños dejaban atrás La Cibeles de Raúl o el Neptuno de Torres (¿Torres?) y daban conversación, sin saberlo, a varias jóvenes (españolas, brasileñas, rusas,...) que acababan de acostar a toda una legión de adinerados "empresarios" de la construcción que, horas antes de la desaparición del novio de Falete, habían estado reunidos en un lujoso hotel para discutir sobre el futuro del sector y las ayudas que deberían pedir al Gobierno.
No bien se había dormido, relajado y con una sonrisa dibujada en su cara, el último constructor, cuando amanecía en Sevilla y Falete despertaba sobresaltado ante la ausencia de su novio. Este, autoliberado de su autosecuestro, salía nervioso de la comisaría después de prestar declaración sobre lo sucedido esa noche. Mientras, la pareja de inmigrantes se dirigía a liquidar las cuentas pendientes con el banco de la hija del banquero, que en ese momento repasaba su "Keynote" llena de gráficos positivos sobre la evolución de "la entidad".
Una hora antes de que abriese la oficina del banco de don Mario, el empresario esperaba nervioso y disgustado la llegada de sus trabajadores para darles la noticia de que este mes sería muy difícil que pudieran cobrar sus nóminas, ya que su banco de toda vida se había negado a descontarle los pagarés de uno de esos constructores que ahora daba buena cuenta de su desayuno buffet de 25,00 euros, mientras se jactaba con sus colegas de las artes de la joven española que, unas horas antes, le había ayudado a conciliar el sueño previo pago de una cantidad, simbólica para él, pero necesaria para ella, para poder pagar el alquiler de su piso compartido y poder seguir aspirando a un futuro de Princesa donde no hubiera lugar para esas carreras nocturnas en taxi por Madrid.
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