"Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal...
Cuando reflexionamos, en las raras veces en que, por la naturaleza del caso, tenemos la posibilidad de descubrirlos, debemos admitir que tal vez ocurren más frecuentemente de lo que pensamos. En realidad, casi nunca se han removido muchas tumbas de un cementerio, por alguna razón, sin que aparecieran esqueletos en posturas que sugieren la más espantosa de las sospechas.
La sospecha es espantosa, pero es más espantoso el destino. Puede afirmarse, sin vacilar, que ningún suceso se presta tanto a llevar al colmo de la angustia física y mental como el enterramiento antes de la muerte. La insoportable opresión de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra húmeda, la mortaja que se adhiere, el rígido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma, la invisible pero palpable presencia del gusano vencedor; estas cosas, junto con los deseos del aire y de la hierba que crecen arriba, con el recuerdo de los queridos amigos que volarían a salvarnos si se enteraran de nuestro destino, y la conciencia de que nunca podrán saberlo, de que nuestra suerte irremediable es la de los muertos de verdad, estas consideraciones, digo, llevan el corazón aún palpitante a un grado de espantoso e insoportable horror ante el cual la imaginación más audaz retrocede.
No conocemos nada tan angustioso en la Tierra, no podemos imaginar nada tan horrible en los dominios del más profundo Infierno. Y por eso todos los relatos sobre este tema despiertan un interés profundo, interés que, sin embargo, gracias a la temerosa reverencia hacia este tema, depende justa y específicamente de nuestra creencia en la verdad del asunto narrado. Lo que voy a contar ahora es mi conocimiento real, mi experiencia efectiva y personal..." Edgar Allan Poe
¿Por qué esto ahora? Porque el domingo, subido a la bicicleta estática, cogí el libro "Cuentos I" de Edgar A. Poe, traducido por Julio Cortázar, y releí este breve relato sobre el miedo a ser enterrado vivo. A este libro, cuyas hojas se han ido oscureciendo con el paso del tiempo, le tengo mucho cariño, es una de "mis pequeñas cosas", porque fue uno de los primeros que libremente me compré (1984) y que recuerdo que fui devorando relato a relato.
"William Wilson", "El pozo y el péndulo", "Manuscrito hallado en una botella", "El gato negro", "El retrato oval", "El corazón delator", "El tonel de amontillado"..., algunos no recuerdo muy bien de qué trataban, pero si recuerdo que estaban impregnados de la época y de la vida que le tocó vivir a Poe.
Quizá el mejor cuento es la propia biografía que escribe Cortázar al inicio del libro que, por momentos, te hace dudar si es real o es ficción lo que está narrando.
Lo dicho, una de esas "pequeñas cosas" que te acechan detrás de la puerta, que te tienen tan a su merced como hojas muertas...
Cuando reflexionamos, en las raras veces en que, por la naturaleza del caso, tenemos la posibilidad de descubrirlos, debemos admitir que tal vez ocurren más frecuentemente de lo que pensamos. En realidad, casi nunca se han removido muchas tumbas de un cementerio, por alguna razón, sin que aparecieran esqueletos en posturas que sugieren la más espantosa de las sospechas.
La sospecha es espantosa, pero es más espantoso el destino. Puede afirmarse, sin vacilar, que ningún suceso se presta tanto a llevar al colmo de la angustia física y mental como el enterramiento antes de la muerte. La insoportable opresión de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra húmeda, la mortaja que se adhiere, el rígido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma, la invisible pero palpable presencia del gusano vencedor; estas cosas, junto con los deseos del aire y de la hierba que crecen arriba, con el recuerdo de los queridos amigos que volarían a salvarnos si se enteraran de nuestro destino, y la conciencia de que nunca podrán saberlo, de que nuestra suerte irremediable es la de los muertos de verdad, estas consideraciones, digo, llevan el corazón aún palpitante a un grado de espantoso e insoportable horror ante el cual la imaginación más audaz retrocede.
No conocemos nada tan angustioso en la Tierra, no podemos imaginar nada tan horrible en los dominios del más profundo Infierno. Y por eso todos los relatos sobre este tema despiertan un interés profundo, interés que, sin embargo, gracias a la temerosa reverencia hacia este tema, depende justa y específicamente de nuestra creencia en la verdad del asunto narrado. Lo que voy a contar ahora es mi conocimiento real, mi experiencia efectiva y personal..." Edgar Allan Poe
¿Por qué esto ahora? Porque el domingo, subido a la bicicleta estática, cogí el libro "Cuentos I" de Edgar A. Poe, traducido por Julio Cortázar, y releí este breve relato sobre el miedo a ser enterrado vivo. A este libro, cuyas hojas se han ido oscureciendo con el paso del tiempo, le tengo mucho cariño, es una de "mis pequeñas cosas", porque fue uno de los primeros que libremente me compré (1984) y que recuerdo que fui devorando relato a relato.
"William Wilson", "El pozo y el péndulo", "Manuscrito hallado en una botella", "El gato negro", "El retrato oval", "El corazón delator", "El tonel de amontillado"..., algunos no recuerdo muy bien de qué trataban, pero si recuerdo que estaban impregnados de la época y de la vida que le tocó vivir a Poe.
Quizá el mejor cuento es la propia biografía que escribe Cortázar al inicio del libro que, por momentos, te hace dudar si es real o es ficción lo que está narrando.
Lo dicho, una de esas "pequeñas cosas" que te acechan detrás de la puerta, que te tienen tan a su merced como hojas muertas...
1 comentario:
... mejor no pensar en estas cosas, aunque nos influyen en el resto de pequeños instantes
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