martes, 18 de noviembre de 2008

Barceló

Dejando a un lado que el Barceló que más me gusta es el que va acompañado de unos cubitos de hielo, un poco de limón exprimido y coca-cola, coca-cola (la que lleva azúcar y cafeína), debo reconocer que hay algo en la obra de Miquel Barceló que siempre me ha atraído.

Yo he tenido la suerte de ver, cuando era más pequeño, cómo mi padre o mi abuelo de un trozo de madera sacaban un rostro o una mano, con la única ayuda de unas gubias golpeadas con una maza (que yo conservo) o con la palma de una mano encallada. También he tenido la suerte de disfrutar viendo cómo unos simples trazos hechos con un lápiz de carpintero adelantaban lo que posteriormente sería un mueble de madera.

Así la dificultad que tengo de entender y valorar la obra de Barceló, pese a que reconozca cierta atracción. Lo que no puedo entender, ni entenderé, es la postura de los políticos que adulan su obra con el único fin de su beneficio personal, para satisfacer su ego de protagonista y para completar su colección de fotos, pese a reconocer en privado lo que a los ojos de cualquier mortal de primeros de siglo XXI no deja de ser un gotelé exagerado revestido de 35 toneladas de pintura derramada a su antojo. Con esto no digo que dentro de 100, 200 ó 500 años esta cúpula sea una obra maestra equiparable a la Capilla Sixtina, como dice Moratinos, pero para esa fecha yo no estaré aquí y dudo mucho que los goterones también estén.

Eso sí, si me paro a observar con detenimiento la cúpula y sus estalactitas con esa mezcla de colores surge en mi una sensación que ratifica la absoluta negatividad del universo, el odioso vacío solitario de la existencia, la nada El predicamento de un hombre dedicado a vivir en una desierta eternidad sin Dios como una diminuta...



No hay comentarios: