miércoles, 20 de agosto de 2008

De dolores , lloros y miserias.

Acabo de ver las estrellas: la Osa Mayor, la Osa Menor e, incluso, creo haber visto hasta a un par de Osos calvos, con barbas y tirantes negros paseando de la mano y todo por un pequeño corte que me hice en un dedo el pasado domingo cortando...jamón (vale, no era jamón, era una sencilla cebolla). Eché Betadine a chorro y me puse una tirita, pero, cosas de la vida, creo que se me ha infectado, porque lo tengo un poco hinchado y me duele. Así que me he armado de valor, he apretado todo lo que he podido y he vuelto a echar Betadine (a chorro). Espero que todo quede en "un susto" y no me vea de nuevo con el pijama con los colores del Servicio Extremeño de Salud, esos que te dejan el culillo al aire.

Esto me sirve para recordar que cuando era pequeño, una caída, un corte mucho mayor que éste, se curaba con un poco de agua oxigenada, "mercromina" y, sobre todo, gracias a que tu madre soplaba sobre la herida. Desconozco el poder curativo del aliento materno, pero aseguro que servía para cortar el dolor de raíz y la herida cicatrizaba rápidamente.

Exageraría si dijera que una húmeda lágrima se ha deslizado por mi terso moflete derecho, enjugándola con un pañuelo de papel, porque, aunque no lo parezca, yo soy de lágrima fácil, pero no con el dolor. Lloré con Forrest Gump, con Philadelphia, con el soldado Ryan,..., lo mismo la culpa es de Tom Hanks, no sé.

No hace mucho una persona que me quiere bien y me conoce mejor me recordaba cómo le sorprendió que el día que falleció mi padre no lloré, ni siquiera durante el velatorio o en el momento de darle sepultura. Pues sí, no lloré, pero eso no significa que no lo sintiera como el que más o incluso más que muchos que "montan el numerito" delante del féretro y que parece que nunca podrán superar la pérdida.

Nadie sabe lo que lloré cuando estaba solo, cuando recordaba momentos vividos o cuando salí del hospital camino del trabajo con la noticia fresquita de los escasos 30 días que le daban de vida a mi padre.

Y como digo mucho últimamente, me da igual que me da lo mismo lo que piense la gente, yo sé lo que siento y no creo que nunca monte un número por la muerte de un ser querido, aunque nunca se puede decir que de este agua no beberé.

También recuerdo ahora otro duro golpe que me produjo una sensación difícil de describir, que creo que sólo la puede conocer o comprender el que haya sufrido un accidente de tráfico y se encuentre, segundos después del suceso, bañado en sangre, sin una pizca de dolor, pero con tu compañero al lado muerto en el acto.

Tampoco lloré en esos momentos, ni después, pero sólo yo sé el dolor que me produjo la muerte de José Manuel, pues aunque llevábamos poco tiempo juntos en el trabajo, habíamos congeniado muy bien y teníamos una muy buena relación. Se supone que yo tuve la suerte de cara en aquel momento, y digo se supone porque en muchos momentos de nuestra vida te planteas si realmente merece la pena vivirla o no.

Pues como decía Woody Allen al comienzo de Annie Hall, "la vida está llena de soledad, miserias, sufrimiento, tristeza y, sin embargo, se acaba demasiado deprisa" o como decía en Hannah y sus Hermanas, ¿por qué no dejamos de hacernos preguntas de difícil respuesta y nos limitamos a disfrutar de la vida, de lo bueno que tiene, ya que todos sabemos que sólo vamos a vivir una vez?

Tengo puesta la tele, estoy viendo las imágenes del accidente aéreo de Madrid y me estoy preguntando si ese es el peaje que tenemos que pagar para poder disfrutar de buenos momentos en nuestra vida, si para llegar a vivirlos tenemos que pagar con momentos duros y tristes. Creo que sí, que este corto o largometraje personal que protagonizamos cada uno es así.







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