Todavía es agosto y me cuesta acostarme a una hora decente, así que si me paso de las 2:00 de la madrugada, luego lo pago al día siguiente. Y eso fue lo que me sucedió el viernes: 8:30 horas, abro mi ojo izquierdo (el derecho seguía enterrado en mi almohada) y veo en el despertador la hora. Pienso, "es viernes, por tanto, trabajo, y mi hora de entrada es a las 8:30". Se me agolpan las ideas mientras me incorporo y me dirijo al baño. No hay tiempo que perder.
Descarto el afeitado (el ser rubio tenía que tener alguna ventaja) y dejo el tránsito intestinal para otro momento. No bien he entrado en la ducha, cuando ya estoy secando mi curvilíneo cuerpo con mi toalla de rizo; se nota que no he olvidado el entrenamiento en un cuerpo de élite cuando serví a la patria, allá por los años 90, y en tandas de veinte, veinte esculpidos cuerpos, veinte máquinas de matar, nos duchábamos a la carrera en pleno desierto de los Monegros, a finales de un gélido mes de enero.
Me visto mientras el enjuague bucal destroza mis encías y salgo "echando mistos" a coger el coche. Son las 8:49 y estoy entrando en la oficina. Sólo está mi compañera Mª Carmen, por lo que no hay que dar explicaciones a ningún superior. Estas son las ventajas de vivir en una ciudad pequeña y estar a unos escasos 5 minutos en coche de tu lugar de trabajo.
Pero empezar un día así no es bueno. Primero porque estás en un estado de medio letargo hasta que te tomas el primer café y segundo porque estás deseando que pase la mañana para regresar a casa y recuperar la regularidad en el tránsito, ya que todavía no entiendo por qué en mi oficina los despachos están insonorizados y los baños se construyeron con pladur.
Acabo de comer y me voy al Mercadona, pues esta noche tenemos celebración en casa, el cumple de mi Manu, y me falta por comprar el pan, el hielo y alguna que otra cosa de última hora. Regreso y me está esperando el perro para que lo lleve a la peluquería, así que a la vuelta me paso por El Corte Inglés, porque viendo el panorama no voy a tener tiempo de preparar todo lo que había pensado, y compro unos langostinos cocidos que son muy socorridos y unos bígaros, que son muy entretenidos de comer.
Con esto llego a casa y me pongo a preparar la cena, a base de "pulguitas", lomo ibérico, queso, los langostos, los bígaros y, como me parece poco, improviso un bacalao dorado. Me voy a recoger al perro, lo tengo media horita en la calle y me pongo en serio a preparar los platos, pues son las ocho y hemos quedado a las nueve y media.
A la hora fijada comienzan a llegar los invitados: familiares y amigos. Finalmente también vendrán mi hermano Miguel y Mónica, que acaban de llegar de Italia, después de dos semanas en moto. Se les nota el cansancio de tantos kilómetros, pero están contentos con la experiencia.
Todo está preparado, incluso las mesas con los manteles de papel, pero estoy cansado, así que desaparezco, me doy una más que merecida ducha y me pongo una camiseta limpia, sin olor a cocina.
Viendo las sobras, las pulguitas de jamón ibérico bellota A. Mata y las mini-brochetitas de tomate cherry, queso de burgos y anchoas fueron los platos con mayor éxito. El bacalao al estilo de la abuela Paca, con sus gambitas, también tuvo aceptación, como los langostinos y las pulguitas de tortilla papas sobre tomate natural triturado. Yo me centré más en el sercreto con salsa roquefort (¡me cachis! se había agotado la pluma ibérica), estaba de vicio. Ah! El lomito ibérico también desapareció y el queso tampoco se quedó muy atrás.
¡Los bichos!, los trece que nos juntamos, se bebieron 27 latas de cerveza, más la Coca Cola y la Fanta, sólo respetaron el Vinho Verde, que lo he salvado para otra ocasión.
Después de la tarta (alguien dijo que era de la pastelería Ansorena y alguien comentó que se notaba, cuando, en realidad, la había cogido de la sección de refrigerados del Marcadona), la entrega de regalos, todos muy bonitos y acertados, y pasamos a las copas, así hasta las 2 y pico de madrugada, hora en la que se marcharon "los italianos", después de fotografiarme con el delantal que me habían traído con el cuerpo del David de Miguel Angel, con sus vergüenzas al aire.
Bendito invento el lavavajillas, que no puso reparos en acoger todos los platos, vasos y cubiertos que habíamos utilizados. Las 27 latas de cervezas y las botellas de Coca Cola Zero ya estaban en sus respectivas bolsas para ser depositadas al día siguiente en el contenedor amarillo. Y las sobras aprovechables regresaron al frigo dentro de sus tappers correspondientes.
Eran las 3 y estaba haciéndole unas fotillos a la muñeca Blythe que desde esa noche vive en nuestra casa, ante la atenta mirada de Yako que me miraba como diciendo si no era ya el momento de retirarnos a nuestros aposentos, después de un día tan largo. Pues sí, era el momento y nos retiramos los tres y dejamos a la Blythe en el salón, con cierto recelo por si se confirmaba el rumor de que estas muñecas recobran vida por las noches y te despiertan con sus enormes ojos.
Nada de eso ocurrió, el que recobró vida fue un servidor al día siguiente, a eso de las doce de la mañana, ya con mejor aspecto y con la satisfacción del deber cumplido, como cuando nos adiestraron y nos convirtieron en máquinas de matar en 1993...
Descarto el afeitado (el ser rubio tenía que tener alguna ventaja) y dejo el tránsito intestinal para otro momento. No bien he entrado en la ducha, cuando ya estoy secando mi curvilíneo cuerpo con mi toalla de rizo; se nota que no he olvidado el entrenamiento en un cuerpo de élite cuando serví a la patria, allá por los años 90, y en tandas de veinte, veinte esculpidos cuerpos, veinte máquinas de matar, nos duchábamos a la carrera en pleno desierto de los Monegros, a finales de un gélido mes de enero.
Me visto mientras el enjuague bucal destroza mis encías y salgo "echando mistos" a coger el coche. Son las 8:49 y estoy entrando en la oficina. Sólo está mi compañera Mª Carmen, por lo que no hay que dar explicaciones a ningún superior. Estas son las ventajas de vivir en una ciudad pequeña y estar a unos escasos 5 minutos en coche de tu lugar de trabajo.
Pero empezar un día así no es bueno. Primero porque estás en un estado de medio letargo hasta que te tomas el primer café y segundo porque estás deseando que pase la mañana para regresar a casa y recuperar la regularidad en el tránsito, ya que todavía no entiendo por qué en mi oficina los despachos están insonorizados y los baños se construyeron con pladur.
Acabo de comer y me voy al Mercadona, pues esta noche tenemos celebración en casa, el cumple de mi Manu, y me falta por comprar el pan, el hielo y alguna que otra cosa de última hora. Regreso y me está esperando el perro para que lo lleve a la peluquería, así que a la vuelta me paso por El Corte Inglés, porque viendo el panorama no voy a tener tiempo de preparar todo lo que había pensado, y compro unos langostinos cocidos que son muy socorridos y unos bígaros, que son muy entretenidos de comer.
Con esto llego a casa y me pongo a preparar la cena, a base de "pulguitas", lomo ibérico, queso, los langostos, los bígaros y, como me parece poco, improviso un bacalao dorado. Me voy a recoger al perro, lo tengo media horita en la calle y me pongo en serio a preparar los platos, pues son las ocho y hemos quedado a las nueve y media.
A la hora fijada comienzan a llegar los invitados: familiares y amigos. Finalmente también vendrán mi hermano Miguel y Mónica, que acaban de llegar de Italia, después de dos semanas en moto. Se les nota el cansancio de tantos kilómetros, pero están contentos con la experiencia.
Todo está preparado, incluso las mesas con los manteles de papel, pero estoy cansado, así que desaparezco, me doy una más que merecida ducha y me pongo una camiseta limpia, sin olor a cocina.
Viendo las sobras, las pulguitas de jamón ibérico bellota A. Mata y las mini-brochetitas de tomate cherry, queso de burgos y anchoas fueron los platos con mayor éxito. El bacalao al estilo de la abuela Paca, con sus gambitas, también tuvo aceptación, como los langostinos y las pulguitas de tortilla papas sobre tomate natural triturado. Yo me centré más en el sercreto con salsa roquefort (¡me cachis! se había agotado la pluma ibérica), estaba de vicio. Ah! El lomito ibérico también desapareció y el queso tampoco se quedó muy atrás.
¡Los bichos!, los trece que nos juntamos, se bebieron 27 latas de cerveza, más la Coca Cola y la Fanta, sólo respetaron el Vinho Verde, que lo he salvado para otra ocasión.
Después de la tarta (alguien dijo que era de la pastelería Ansorena y alguien comentó que se notaba, cuando, en realidad, la había cogido de la sección de refrigerados del Marcadona), la entrega de regalos, todos muy bonitos y acertados, y pasamos a las copas, así hasta las 2 y pico de madrugada, hora en la que se marcharon "los italianos", después de fotografiarme con el delantal que me habían traído con el cuerpo del David de Miguel Angel, con sus vergüenzas al aire.
Bendito invento el lavavajillas, que no puso reparos en acoger todos los platos, vasos y cubiertos que habíamos utilizados. Las 27 latas de cervezas y las botellas de Coca Cola Zero ya estaban en sus respectivas bolsas para ser depositadas al día siguiente en el contenedor amarillo. Y las sobras aprovechables regresaron al frigo dentro de sus tappers correspondientes.
Eran las 3 y estaba haciéndole unas fotillos a la muñeca Blythe que desde esa noche vive en nuestra casa, ante la atenta mirada de Yako que me miraba como diciendo si no era ya el momento de retirarnos a nuestros aposentos, después de un día tan largo. Pues sí, era el momento y nos retiramos los tres y dejamos a la Blythe en el salón, con cierto recelo por si se confirmaba el rumor de que estas muñecas recobran vida por las noches y te despiertan con sus enormes ojos.
Nada de eso ocurrió, el que recobró vida fue un servidor al día siguiente, a eso de las doce de la mañana, ya con mejor aspecto y con la satisfacción del deber cumplido, como cuando nos adiestraron y nos convirtieron en máquinas de matar en 1993...
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