domingo, 15 de marzo de 2009

Comprando churros con el Boss

Pasaban unos minutos de las 9 de la mañana y ya iba camino de Valencia de Alcántara, por una carretera sinuosa, en busca de unos churritos para desayunar. Sólo me acompañaba Springsteen, con su The Rising a la ida y su Words Apart (¿palabras aparte?) a la vuelta.

Todavía no me había recuperado del susto de la noche anterior. En el campo siempre se ha dicho que se oye todo y cada sitio tiene sus ruidos. Hacía tiempo que no dormíamos en el campo, pero en el campo, campo, es decir, en un lugar aislado, sin vecinos adosados, rodeados de encinas y de misteriosos sonidos, como el que me despertó a las 3 de la madrugada.

Estaba en el primer sueño y de repente algo me despertó. Mi Manu, al ver que me movía, me preguntó si había escuchado el ruido. Le dije que no, pero que por alguna extraña razón estaba despierto. Y de pronto, un ruido nos estremeció. Era como un impacto en la puerta de la casa, como un martillazo seco o como si una piedra impactara contra la madera.

Mantuve la calma intentando tener claro si el ruido procedía de la planta baja o del exterior de la casa. Mi Manu me preguntó si lo había escuchado esta vez, a lo que le respondí que sí, pero que no se preocupara, que parecía proceder del frigorífico, concretamente de los ruidos que se producen cuando se descongela, aunque en realidad no tenía nada claro el origen del misterioso sonido.

Y entonces, un tercer impacto golpeó la puerta. Ahora sí lo tenía claro: alguien la golpeó con un objeto contundente, punzante, un golpe seco, certero, como si intentara abrirla dirigiendo el impacto hacia algún punto débil de la misma.

Mi cerebro mandó rápidamente una orden al corazón y éste empezó a bombear sangre a gran velocidad. Las pulsaciones se podían escuchar en el silencio del dormitorio que siguió al tercer impacto. Al no escuchar ningún movimiento en la habitación contigua donde dormían Isa y Antonio y al notar que el peligro estaba cerca, sin apenas hacer ruido salté de la cama, tranquilicé a mi Manu y le di el móvil, indicándole que bajo ningún concepto abriese la puerta de la habitación, escuchase lo que escuchase abajo, que echara el cerrojo y si tardaba en subir llamara a la policía.

Así que armado únicamente con mis manos y descalzo para sujetarme con las uñas a los peldaños de madera, me encaminé en dirección a lo desconocido, sin saber muy bien qué me iba a encontrar, pero con el convencimiento de que tenía que actuar, que si tomaba la iniciativa podría sorprender al intruso. Por algo pertenecí nueve meses al Regimiento Castilla XVI, en Infantería, donde nos prepararon para afrontar las peores situaciones imaginables.

Ya casi había llegado al final de la escalera cuando me sorprendió un profundo olor a azufre. En ese momento no le di mayor importancia, pero recordé el relato de Poe "El corazón delator", pues el mío iba a un ritmo altísimo y podría echar al traste mi plan.

Acerqué la oreja a la puerta con la intención de detectar la presencia del intruso, pero no escuché nada hasta que cuando estaba a punto de dirigirme a una de las ventanas que dan al camino, creí oir un leve carraspeo, acompañado de un par de pasos.

Me encontraba en un medio extraño, ajeno, en mi casa sé llegar al cuchillo jamonero con los ojos cerrados y al jamonero con el olfato, pero en casa de Antonio y a oscuras era imposible hacerme de algún objeto contundente.

Los perros del vecino ladraron, así que ya no tenía dudas: el que fuera estaba al otro lado de la puerta con intenciones nada buenas y yo tenía que actuar rápido, pues mi única arma era el factor sorpresa. Así que, con la mano izquierda sujeté el frío cerrojo, dispuesto a acompañar la apertura de la puerta con una certera patada y un sonoro "me cago en ".

Por unos instantes dudé, al no saber a lo que me iba a enfrentar y si sería mejor esperar que fuera él quien abriera la puerta y yo le sorprendiera dentro. No terminé de pensarlo cuando de un tirón abrí y solté la patada y el grito al unísono, en medio de la oscuridad y el silencio de la noche.

Continuará

Nota: me voy a acostar, mañana terminaré el relato de lo sucedido. Estoy vivo y lo puedo contar, pero tengo muy claro que mi vida ya no será como antes y que lo que ocurrió la noche pasada en El Canchoso marcará el resto de mis días.

Adjunto unas fotos del cortijo, de unos momentos de asueto que nada hacían presagiar los desagradables acontecimientos que iban a ocurrir allí unas horas más tarde.



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