No recuerdo la fecha con exactitud, pero se terminaban los 80 y empezaban los 90, finalizaba un mes de abril y comenzaba un mes de mayo, lo que sí recuerdo es que entré en coma profundo un sábado a las 15:00 h. y desperté el domingo a las 13:00 h.
Habíamos dormido por última vez el miércoles de esa semana, cada uno en su casita, esperando la llegada del gran día. El jueves quedamos temprano, supongo que en el bar de Isidro (en la Facultad de Ciencias) o en "el apretón", es decir, el despacho del Consejo de Alumnos de Económicas que convertimos en sitio de encuentro cuando faltaba un profesor o cuando faltábamos nosotros, siempre gracias a la inmensa paciencia que tuvo con nosotros el bueno de Carlos Eugenio, el mandamás del Consejo.
Fol, Miguel, Franky, Rafa, Antonio y yo, vaya equipo de seis, con la inestimable ayuda de Miguelillo, de Fino y de algún voluntario de última hora, buenos amigos que se unían a la tarea de organizar la fiesta de El Día del Universitario, en el bosquecillo que había detrás del Rectorado y donde se juntaba toda la comunidad universitaria de la época.
El jueves era el día clave: se terminaban de instalar los chiringuitos, los del Ayuntamiento llevaban la electricidad hasta el bosque, se montaba la iluminación, la música, los grifos de Cruzcampo, las neveras de Coca Cola, llegaban los trailers de cerveza, refrescos, alcohol,..., pasábamos todo el día en el bosque y terminábamos exhaustos, pero sin ganas de irnos a casa. Así que aquella noche nos quedamos a "dormir" en los coches, había que vigilar todo el tinglado.
Y al alba y con viento fresco de levante, como diría Trillo, uno a por la carne para los pinchitos, otro a por los sacos de pan, otro a por el cambio, otro a por la barbacoa y el carbón,... Luego, que si hacer los bocatas (todos recordamos el milagro de los panes y el salami o de como si quitas una loncha de aquí y otra de allí salen más bocadillos y con un margen bruto superior), que si los pinchos, que si vienen los tempraneros a tomarse la primera cerveza, que si se iba la luz, que si no acababa de escucharse bien la música,..., era un no parar, hasta que llegaba la marabunta al mediodía y no se marchaba hasta las 5 ó las 6 de la madrugada.
A esa hora ya estábamos muertos, pero era el momento de las risas, de los borrachines que no sabían cómo salir de allí, de los que se bebían lo que quedaba, de los que se comieron lo que sobró, de los que aparecían como zombies entre los eucaliptos. Quedaba poco para amanecer y era el momento de recoger y esperar la llegada de nuevo de los trailers que venían a por la bebida sobrante y las barras y neveras prestadas.
Con los primeros rayos de sol aparecían unos seres misteriosos que, mirando fíjamente al suelo, recorrían todo el recinto en busca de dinero y objetos de valor perdidos por los asistentes. Eran como buitres, revoloteaban en círculos y conforme se iban abandonando los chiringuitos, entraban ellos en busca de la presa fácil. Nosotros éramos los últimos en marcharnos, una vez se habían cargados los camiones, y aquellos últimos instantes siempre eran de bastante tensión, pues los buitres ya estaban tan cerca que en cualquier momento podrían atacarnos. ¡No es coña!
A Rafa aquel día lo "abandonaría" en su casa, la vespa la dejaría con la cabeza ladeada en la cochera, entraría en casa deseando comer lo que mi madre hubiera preparado y me metería en mi cama disfrutando de esa sensación tan placentera de introducir los pies caldeados despacito en el catre bien hecho.
Dando buena cuenta del "catering". Mucho glamour desprende esta imagen, muy cool.
Con las pancartas de Cubatasa y Fisex, mientras, al fondo, Rafa hace el mono.
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