sábado, 27 de septiembre de 2008

Extraños en un tren (II)

Puertollano, Puertollano, Puertollano, ¿es que no conocían otra palabra que no fuera Puertollano? Calculaba unas dos horas desde que salimos de Chamartín y el término que más había escuchado era Puertollano.

Por alguna extraña razón me encontraba sentado frente a los miembros de una familia que, por deducción, suponía que eran de Puertollano. Es más, el pajarillo que les acompañaba y que no me quitaba la mirada de encima desde su jaula dorada, también debía ser de Puertollano.

- ¿Y usted de dónde es?, me preguntó el cabeza de familia ante la atenta mirada del resto, incluido el pájaro.

- Yo, extremeño. Tampoco me apetecía dar muchas explicaciones, tenía pocas ganas de hablar.

- Pues nosotros, de Puertollano, nos bajamos antes que usted. ¿Conoce Puertollano?

- No, no he tenido oportunidad.

Mientras contestaba, con los cinco pares de ojos clavados en los míos, pensaba que había dicho que se bajaban antes que yo, lo que era imposible, porque íbamos hacia el norte y, según mis cálculos, estaríamos llegando a Burgos.

- Pues en Puertollano tenemos de todo y se vive más tranquilo que en Madrid, continuó el padre.

Ahora asentí y esbocé media sonrisa, desviando de nuevo la mirada hacia el periódico, intentando cortar la conversación y aclarar una situación tan absurda.

- Y hay menos negros, insistió la señora, mientras abría a dentelladas una bolsa de pipas sabor tijuana, que rápidamente perfumaron el compartimento.

Supongo que el traqueteo del tren, unido al olor "tijuana", al ruido de los acelerones que daba Hamilton en su McLaren en la PSP del gordito de la familia y a las horas que llevaba en pie, hicieron que mis párpados fueran cediendo y cerrando mis ojos. Eso sí, antes de que se desconectaran mis oídos pude escuchar a la señora decir: "¡ya sabía yo que éste no llegaba a Puertollano!".

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